Nada mejor que seguir el #LeoAutorasOct conociendo a otra escritora que estaba deseando leer. Viajando a Japón para descubrir una historia que nos demuestra lo complejo y doloroso que puede llegar a ser el desarraigo. Por eso hoy les quiero recomendar El salón de pachinko, de Elisa Shua Dusapin. Una novela que no necesita más que ciento cincuenta dos páginas para crear imágenes preciosas y muy difíciles de olvidar. Y que nos llega traducida directamente del francés gracias a Andrea Daga.
«El coreano se me fue olvidando a medida que fui aprendiendo francés. Al principio, mi abuelo me corregía. Ahora, ya no dice nada. Nos comunicamos en un lenguaje hecho de palabras simples, inglesas o coreanas, de gestos y de mímicas exageradas. Japonés, nunca».
Esta es la historia de Claire, una mujer a punto de cumplir los treinta años que decide pasar el verano junto a sus abuelos maternos en Tokio, para acompañarlos luego a su Corea natal. Un país que abandonaron hace más de cincuenta años, cuando empezó la guerra civil, y al que nunca han regresado. Nuestra protagonista, al igual que sus padres viven en Suiza, y aunque a medida que fue creciendo pasaba los veranos junto a sus abuelos en Japón, la relación que tiene con ellos se ha ido deteriorando cada vez un poco más.
Claire ha ido olvidando el coreano, así que a medida que transcurre el tiempo le es más difícil comunicarse con su abuelo, un hombre que aún a sus ochenta años se pasa el día en el salón de pachinko de su propiedad. Atendiendo el negocio que le permitió mantener a su familia en un país al que llegó escapando de la guerra a los diecinueve años, junto a su mujer de dieciocho y embarazada. Un negocio que aunque legal, no está muy bien visto socialmente. Locales gestionados en su mayoría por zainichi, coreanos que al igual que los abuelos de la protagonista residen permanentemente en Japón.
«Intercambiamos una mirada ambigua. Pero sé muy bien que me está mintiendo. No quiere acercarse a la ventanilla porque hay que hablar con japonés».
Con su abuela las cosas son aún más complicadas, se niega a hablar con ella en japonés, un idioma que Claire aprendió en Suiza con el fin de poder comunicarse mejor con ellos (ya que no había la oportunidad de estudiar coreano en su universidad). Así que, para no estar todo el día encerrada con esa abuela con la que casi no se puede comunicar, decide aprovechar para darle clases de francés durante el verano a una niña japonesa llamada Mieko. Todo ello mientras prepara el viaje con el que pretende acompañar a sus abuelos a Corea, una travesía que ninguno de los dos ancianos muestra particular interés por emprender.
A través de la relación que Claire establece con esa niña japonesa a la que debe enseñar así como a su particular madre, iremos desentrañando más de la historia de nuestra protagonista. Reviviendo sus recuerdos de los veranos pasados y viendo cómo interactúa con esos abuelos a los que quiere pero que quizás no llega del todo a comprender. Que se niegan a hablarle de su pasado, algo que sí compartieron con el novio de Claire, Mathieu, con el que sí hablaron tranquilamente en japonés en una visita anterior.
«Para los coreanos de Japón nunca han existido el Norte ni el Sur. Somos todos gente de Joseon. Gente de un país que ya no existe».
Migración, herencia cultural, abandono, pertenencia, desarraigo… El salón de pachinko, de Elisa Shua Dusapin es una novela bellamente escrita que te rompe un poco el corazón. A todo el que le ha tocado en algún momento dejar atrás su hogar sabe lo fácil que es sentirse fuera de lugar en cualquier otro sitio. A la deriva. Y si a eso le agregamos las barreras generacionales, culturales e incluso un idioma nuevo, a veces la gente con la que debería ser más fácil comunicarte, tu familia, puede transformarse en extraños. Si están buscando una novela que les hable del desarraigo tienen que darle una oportunidad.
¿Han leído El salón de pachinko? ¿Les llama la atención?
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