¿Qué pasaría si tuvieras que compartir tu mente y tu cuerpo con otros seres? ¿Qué ocurriría si unos dioses menores compartieran tu existencia y poco a poco tu propio yo fuese quedando relegado a un segundo plano? ¿Cómo se puede vivir cuando tanto tú como tu mente están rotas? ¿Cómo sobrevivir si nacer con un pie en el otro mundo implica que cada día es un verdadero reto? Hoy quiero recomendarles Agua dulce, la extraordinaria y desgarradora ópera prima de Akwaeke Emezi. Una novela que duele pero que es muy necesaria.
«Éramos a la vez viejes y recién nacides. Éramos ella, y al mismo tiempo, no lo éramos. No estábamos conscientes, pero sí vives. De hecho, ese era el problema primordial. Que éramos un nosotres aparte en lugar de ser, pura y llanamente, ella».
Esta es la historia de Ada, una joven nigeriana a la que veremos crecer mientras tiene que lidiar con los ọgbanje. Según las creencias igbo, los ọgbanje son espíritus malignos que habitan los cuerpos de los niños y que traen desgracias a sus familias. Para Ada, nacer con esos espíritus implicó que nunca pudiese ser una niña o una adulta normal. Tener una puerta abierta entre el mundo de los vivos y el de los espíritus (que debería estar firmemente cerrada), transformará su existencia en un reto continuo.