No sé cómo empezar esta reseña ya que la colección de relatos que les quiero recomendar no solo es dolorosa sino también devastadora. Es terror del que te inquieta no porque posea un monstruo que se esconde debajo de la cama, sino debido a que lo que es verdaderamente monstruoso en estos cuentos son las obsesiones de sus protagonistas o las cosas que tendrán que vivir. Hoy quiero hablarles de Los árboles han crecido porque yo los regué con mi sangre, de Eric LaRocca. Ocho relatos que son ocho mazazos a nuestros sentidos, y que son tan adictivos como perturbadores. El tipo de lecturas que duelen y te dejan el corazón un poco roto.
«—Se supone que los padres no deben hacer daño a sus hijos. Baja la cabeza como si rezara.
—A veces lo hacen».
El libro trae una increíble introducción de Chuck Wendig en la que define la obra de LaRocca como «una obsesión. Una hermosa infección. Un parásito simbiótico, que se alimenta de ti con la misma seguridad con la que tú te alimentas de las palabras del autor. Te nutre. Se arrastra dentro de ti». Luego de descubrir los ocho relatos que componen el libro no se me ocurre mejor manera de describir lo que sucede mientras lees. Una alquimia perversa en la que no puedes parar de sufrir pero tampoco de leer, ya que necesitas saber más.
El relato encargado de iniciar el libro es Síguelos donde quiera que vayan, un cuento corto pero muy potente en el que un padre y un hijo mantienen una conversación. El hombre le insiste al jovencito de trece años para que salga a hablar con otros chicos que se encuentran fuera de casa, bajo la lluvia, tocando instrumentos musicales. Sin embargo, el chico es reticente a salir y dar ese primer paso. Un relato breve que habla de tantos temas dolorosos como la enfermedad, la pérdida y lo que significa ser padre o hacer las cosas por uno mismo, crearnos una vida a nuestra medida.
«A veces hay que hacer algo horrible para evitar que ocurra algo aún peor».
Le sigue Los cuerpos están para quemarlos, un inquietante relato en el que conoceremos a una mujer obsesionada con quemar cosas. Una que fantasea con hacer daño. Y que está aterrada porque le toca cuidar de su sobrina de un año durante una tarde, y teme lo que es capaz de hacerle en cuanto se queden solas. Hay descripciones tan aterradoras que es imposible no leer con el corazón en un puño, temiendo tú también por esa niña frágil y su destino. El tipo de historia que es muy dura de leer, que mezcla pérdida, traumas y obsesiones.
«Cada cosa que amamos se lleva un pedacito de nosotros, lo demos de buena gana o no».
En Esa cosas extraña en la que nos convertimos descubriremos mediante las publicaciones de una mujer en una especie de foro en línea cómo es su vida familiar desde que descubre que su esposa tiene cáncer. Y lo que en un principio parece un desahogo para procesar el trauma se convierte en mucho más. Un relato muy duro y doloroso sobre cómo la enfermedad no solo cambia a la persona que la padece, sino a aquellas que la tienen que cuidar. Acerca de sueños rotos, facturas impagables y lo que nos hace el amor y la pérdida, cómo nos transforma.
«—Todo lo que merece la pena siempre duele».
Le sigue el relato que da nombre al libro Los árboles han crecido porque yo los regué con mi sangre y que también es uno de mis favoritos. La historia de una mujer y un hombre que se encuentran en una relación tóxica llevada a los extremos más insospechados. No les puedo decir nada más porque lo tienen que descubrir al leer, pero les aseguró que les volará la cabeza (menudos giros se guarda el autor).
«Busco en él el momento en que ocurrió: el momento en que su amor por mí se convirtió en una obligación. El horrible momento en que dejó de ser una necesidad para convertirse en una responsabilidad».
Se supone que no deberíais estar aquí es otro de mis favoritos. Un relato angustiante a más no poder en el que lo que empieza como Terry y Vince, unos padres disfrutando junto a su bebé de seis meses un día tranquilo en el parque, se convierte en la peor pesadilla que puedan imaginar. El tipo de relato que te mantiene leyendo sin parar porque todo es demasiado terrible como para apartar la vista. Secretos oscuros, juegos terribles, lo que somos capaces de hacer por nuestros hijos… esta historia lo tiene todo.
«Colecciono cosas. Cosas de las que la gente no suele estar dispuesta a desprenderse».
Donde las llamas ardían de un color esmeralda como la hierba está protagonizado por un viudo que se ve criando a su hija de 12 años después de que su madre muriera de cáncer y sin saber mucho qué hacer. Se encuentran de vacaciones en un hotel de lujo en el medio de la selva de Costa Rica y de manera repentina se ve atrapado ante una decisión imposible. Una en la que tendrá que renunciar a su hija para que viva o arriesgarse a que muera de manera terrible. El tipo de historia que te deja pensando sin parar.
«No le dolerá. Simplemente se quedará dormida mientras los dedos de la muerte le exprimen la vida. No sufrirá. Y lo que es más importante, yo no sufriré».
Después nos encontramos con Para entonces ya no estaré la historia de una mujer de origen italiano que emigró a Estados Unidos hace más de veinte años y de repente se ve atrapada cuidando a su madre anciana cuando la prima que la cuidaba ya no lo puede hacer y la envía en avión. La lucha de esa hija única que se ve obligada a cuidar de una mujer a la que no quiere y que parece que fue todo menos una madre ejemplar. Es tan real como aterrador por lo que cuenta, y ese giro final lo hace aún mejor. Cierra la colección Por favor, vete, o te haré daño un relato retorcido del que no puedo contarles nada para que no vayan predispuestos, y lo descubran por ustedes mismos.
«En cambio, mostraron hastío —quizá incluso disgusto— al vernos a mi padre de ochenta y cinco años y a mí cogidos de la mano, con los dedos entrelazados como hacen los jóvenes amantes».
Obsesiones, enfermedad, muerte, dolor, amor, relaciones tóxicas, familia… Los árboles han crecido porque yo los regué con mi sangre, de Eric LaRocca es una colección que duele desde la primera hasta la última página. Donde el verdadero horror viene de la parte más monstruosa que podemos llevar dentro. Que habla de la pérdida y la enfermedad de manera tan real que es imposible que no haga daño (más aún si te ha tocado vivirla de cerca). Son solo doscientas páginas, pero el poso que deja es tan grande que nada de lo que yo les pueda decir aquí le hará justicia. Como siempre, la traducción de José Ángel de Dios es excelente y la edición de Dilatando Mentes es espectacular. Si desea una lectura que los inquiete de verdad, tienen que darle una oportunidad. Eso sí, deben estar preparados para la paliza emocional que se van a llevar al leer. Vale la pena, pero es mejor ir advertidos.
¿Han leído Los árboles han crecido porque yo los regué con mi sangre? ¿Les llama la atención?
¡Hola! No lo conocíamos, así que muchas gracias por hablarnos de él.
ResponderEliminarBesos
Un placer poder presentarles una obra así. Los relatos son de los al terminarlos no puedes parar de pensar en ellos.
EliminarBesos