Siempre es un placer reencontrarte con un autor que te ha sorprendido y comprobar que su nueva novela logra cautivarte igual o incluso más que sus predecesoras. Hoy me gustaría recomendarles Ocho millones de dioses, de David B. Gil. Un libro con el que volveremos a recorrer el Japón feudal que Gil demuestra conocer tan bien para acompañar, en esta oportunidad, a un misionero jesuita a tratar de descubrir quién se esconde tras las crueles muertes de los padres evangelizadores que desempañaban su labor en ese lejano y misterioso rincón del mundo.
“¿Tan importante era para ellos proclamar la verdad de su dios? Las Islas Divinas ya tenían a sus propios dioses, antiguos y orgullosos; no necesitaban al dios de los extranjeros”.
Nuestro principal protagonista es Martín Ayala, un padre jesuita al que en 1579 se le encomienda volver a Japón, el país donde se formó como misionero, con una importante misión: debe averiguar en calidad de enviado de Roma quién se esconde tras las muertes de los padres cristianos en esas remotas costas. Alguien se está encargando de asesinarlos con una crueldad tan excesiva que muchas iglesias han tenido que cerrar para trasladarse a otros territorios más seguros.
La elección del padre Ayala no es casual. Fue uno de los integrantes de la primera misión evangelizadora a Japón (a cargo del padre Francisco Javier, y realizada en 1549) cuando solo contaba con dieciocho años. Después de pasar más de dos décadas allí, era el sacerdote que mejor conocía tanto las costumbres como el idioma del país al que ahora se le pedía retornar. Un lugar que no abandonó por voluntad propia hacía diez años, sino del que se tuvo que despedir tras ser expulsado de la misión.
“Solo él parecía percatarse de que era imposible que un simple traductor pudiera enmendar mal alguno”.
Pero nuestro misionero no estará solo. Para recorrer esos peligrosos territorios y llevar a cabo su complicada investigación se le asignará un guardaespaldas. El elegido para el puesto será Kudô Kenjirô, un joven guerrero hijo de un samurái rural que, al aceptar tan ingrata labor por designio de su señor, se juega tanto el honor como la vida, y no solo la propia sino la de toda su familia. Decidido a no fracasar, el guerrero parte junto al padre cristiano en una búsqueda que, en cada etapa, más que respuestas genera un número mayor de preguntas.
En un país dividido por los clanes y los señores de la guerra que buscan poder y la unificación pero que aún no la han conseguido, los cristianos así como los barcos y el comercio que acompaña de manera casi indivisible a su misión evangelizadora pueden tener muchos enemigos: desde los monjes guerreros que ven como su poder e influencia se va menguando en las poblaciones donde se establecen los extranjeros a los que consideran bárbaros, hasta los piratas y los comerciantes que contrabandean no solo con los bienes de las naves portuguesas sino también con vidas humanas.
“Sabía bien que no hay peor fuego que el alimentado por una causa sagrada, capaz de consumir la carne ajena y el alma propia”.
Aunque Ayala vuelve a Japón para descubrir a los responsables tras los crímenes contra los sacerdotes cristianos, también lo hace, aunque él mismo no sea consciente de ello en un primer momento, para obtener respuestas sobre el episodio de su pasado que fue el motivo de su expulsión de la misión años atrás. Uno que implica a una joven a la que desea encontrar. Pero de nuevo, a cada paso, más y más actores hacen su aparición para hacer de la historia algo mucho más que una aventura adictiva. Es una búsqueda constante de la verdad en un mundo repleto de secretos e intrigas.
Ambientada unos años antes que El guerrero en la sombra del cerezo (otra novela del autor que deberían leer y de la que puede que encuentren algunas sorpresas en la presente historia) el libro cuenta con un elenco de personajes secundarios excelentes entre los que me gustaría destacar a Igarashi Bokuden, un espía al que le encomiendan seguir muy de cerca al padre Ayala y su investigación, que al igual que la dama Reiko, una misteriosa contrabandista que mantiene trato con los extranjeros, servirán también como narradores para que podamos descubrir aun más sobre la red de intrigas que pone de manifiesto lo compleja de la situación política de un país sin un gobierno central y a punto de entrar en otra gran guerra.
“Hierba y carroña, eso eran todos ellos. Lo demás —el honor, la gloria, la espera impasible— no era sino la mentira que los hombres se contaban unos a otros”.
La edición, que es una maravilla, no solo cuenta con un completísimo glosario al finalizar el libro, sino que también incluye al inicio un índice de personajes y lealtades para guiarnos en ese complejo mundo gobernados por samuráis, así como un interesantísimo apartado dedicado a explicarnos el contexto histórico en el que se desarrollará. Encontraremos, además, un mapa que nos muestra la división territorial por clanes del Japón en los tiempos de Oda Nobunaga, el primer unificador.
Intrigas, conspiraciones, samuráis, espías, contrabandistas, monjes guerreros… Ocho millones de dioses, de David B. Gil, es una novela apasionante y con una ambientación tan compleja y completa como lo son sus personajes. Una historia a la que no le faltan batallas o acción, pero tampoco disecciones teológicas o morales profundas entre personajes que, aunque criados en mundos completamente diferentes, terminan teniendo en común mucho más de lo que creían en un principio, sin que al final del día sea relevante a qué dios profesen su fe. No puedo hacer otra cosa que recomendarles que le den una oportunidad y se dejen atrapar por una historia y unos protagonistas de los que no querrán despedirse.
¿Han leído Ocho millones de dioses? ¿Les llama la atención?
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